El estigma del Coronavirus

Cuando las palabras toman un rol esencial

Por: Osvaldo D. Paulina / Consultor en Comportamiento Humano y Organizacional

En los últimos meses, las sociedades de todo el mundo están experimentando algo terrible. Un virus de difícil control se apoderó de sus países, de sus ciudades, de su habitualidad y afectó profundamente a las personas, vulnerándolas tanto física como emocionalmente.

Si bien hay muchas historias sobre buenas acciones e individuos que se unen para realizar causas loables, el coronavirus también está sacando a relucir otro lado más oscuro de algunas personas: miedo, ira, resentimiento y vergüenza. Algunas concepciones psicológicas determinan que se debe a un viejo instinto de protegerse a uno mismo y a su círculo familiar de contraer una enfermedad potencialmente mortal, y la creencia, por infundada que sea, de que quienes la contraen tienen cierta responsabilidad y como resultado de esto, los casos de estigmatización y discriminación se propagan a la par de la pandemia.

Los ciudadanos debemos comprender que el coronavirus se desarrolla rápidamente y tiene capacidad potencial de infectar a casi la totalidad los seres humanos en cierto período de tiempo, a veces de forma asintomática, sin distinción de edad, sexo o condición social, nadie puede elegir si enfermarse o no. Y que, como efecto complementario, demuestra estar propagado una infección sensiblemente más nociva, la discriminación. Hoy más que nunca debemos como Sociedad, aclarar a estos individuos que no vamos a permitir ningún tipo de discriminación, ni para quienes han contraído el COVID 19, ni para quienes, por cuestiones de profesión o de actividad, les toca la invaluable tarea de enfrentarlo diariamente en beneficio de todos.  

El verdadero virus, la discriminación

En función de las diferentes proyecciones y dado las tasas actuales de infección, debemos considerar que cualquiera de nosotros, o de nuestros seres queridos, de manera inadvertida y por causas ajenas a su voluntad, podría en algún momento estar en dicha situación, por lo que es importante comprender que contraer la enfermedad no es una pena, ni un castigo, ni nos define como seres humanos, sino que es parte de ser humanos.

El miedo, el confinamiento, comienzan a generar un patrón de percepciones que confunden y llegan a exponer la enfermedad como algo vergonzoso y, de alguna manera, a quien la contrae, como “culpable», alimentando aventuradamente el riesgo latente de la autoestigmatización.

Desestigmatizar el COVID-19 es una acción prioritaria para contener la angustia social.  El estigma puede manifestarse de muchas maneras. Puede ser algo muy directo, como cuando una persona con una enfermedad o se sabe que ha tenido una enfermedad experimenta discriminación; o indirecto como cuando se involucra a un grupo o sociedad como culpable de todo el mal que se está viviendo.

Dicho estigma puede conducir a una espiral de miedo ya que las personas que contraen la enfermedad anticipan la discriminación, lo cual puede conducir al autoestigma, agravado por los sentimientos de culpa y vergüenza de tener una enfermedad que puede haber transmitido involuntariamente a sus seres queridos, junto con el temor de cómo será percibido por sus vecinos y conocidos.

El sentimiento paralizante del autoestigma tiene un impacto potencialmente crítico dentro del marco de una pandemia como la que actualmente estamos experimentando, donde el virus en cuestión es altamente contagioso y a veces asintomático, ya que reduce la probabilidad de que las personas con síntomas busquen debida atención médica, conducen a los grupos vulnerables a la clandestinidad, reducen el impacto de las medidas de prevención y, en última instancia, aumentan las tasas de transmisión (OMS).  

La importancia de las palabras

La primera acción a nuestro alcance para luchar contra la estigmatización es cuidar el idioma utilizado. Principalmente para designar dos cosas:

Por un lado, la enfermedad, a la que debemos referirnos por su nombre COVID-19 o Coronavirus («co» significa Corona, «vi» porque se trata virus y «d» enfermedad en inglés Disease-, 19 por el año en que surgió la enfermedad). Evitando relacionar la enfermedad con ubicaciones o etnias, esto no es un «Virus Wuhan», «Virus Chino», «Virus Asiático», o como aconteció en Argentina que en sus orígenes algunos lo denominaron el “Virus de los ricos” ya que se atribuía la “culpa” a los integrantes de un estrato de la sociedad con cierto poder adquisitivo que les permitía viajar a Europa.

Y, por otro, las personas que adquieren el virus, de quienes es nuestra responsabilidad referirnos como personas que “adquieren” o “contraen” el virus. Evitando referirse a las mismas como «casos » o «víctimas» y, menos aún, como “transmisores», que «infectan a otros» o «propagan el virus», ya que implican una intencionalidad en la transmisión y asignan culpa.

«El uso de terminología criminalizante o deshumanizante crea la impresión de que las personas con la enfermedad de alguna manera han hecho algo mal o son menos humanos que el resto de nosotros, alimentando el estigma, socavando la empatía y potencialmente alimentando una mayor renuencia a buscar tratamiento o asistir a exámenes de detección, pruebas y cuarentena «, dice la OMS.

Es preocupante, en función de su efecto multiplicador y a pesar de los esfuerzos realizados por la OMS, ver y oír a políticos, medios de comunicación e incluso algunos profesionales de la salud expresar de manera casual frases como «el virus chino», «sospechoso de tener la enfermedad» o, la más impactante, «se trata de un transmisor serial o propagador». Estas palabras deshumanizan, aíslan y les dicen a las personas afectadas por esta enfermedad que la sociedad, en lugar de apoyarlos, en realidad las culpa de magnificar la crisis. 

Por lo tanto, es responsabilidad de todos hacer nuestra parte para reducir la discriminación y discernir que cada vez que nos referimos a un «caso» individual de coronavirus, por inocente que parezca, en la práctica estamos dificultando asumir que hablamos de personas reales afectadas por esta enfermedad que podría, en cualquier momento, tratarse de integrantes de nuestras familias, vecinos, colegas y amigos.

El COVID 19 no discrimina, las personas lo hacen…

«No siento que pueda revelar con seguridad mi estado positivo, dado lo que he escuchado». 

“…he recibido críticas, insultos, escraches, difamaciones y mentiras sobre mi persona y mi familia. Me siento absolutamente denostado, discriminado y condenado…”

“Muchas personas también son positivas, y simplemente no lo saben. No quiero que la gente del vecindario trate a nuestra familia como leprosos o tifoidea, especialmente a los niños”

“Fui señalado y acusado de haber cometido el grave delito de contagiarme el virus asistiendo y salvando las vidas de mis pacientes, poniendo en riesgo mi propia vida y la de mi familia”

Comentarios como éstos se repiten una y otra vez en todo el mundo. Debemos seguir trabajando como sociedad para evitar que esto suceda. Las personas y familias afectadas necesitan nuestro apoyo, no nuestro juicio.

Debemos siempre tener presente que la forma en que la sociedad percibe una enfermedad afecta en cómo se siente y se comporta una persona con esa enfermedad. Los prejuicios, el estigma y la discriminación también son amenazas para la salud pública, en función que dificultan la capacidad de contención de la actual pandemia y menoscaban la salud mental y el bienestar de los individuos, grupos estigmatizados y de sus familias. Del mismo modo que hoy sabemos la importancia de cumplir con el aislamiento, de mantener una adecuada distancia social o de una correcta higiene de manos, es nuestra responsabilidad asumir buenos comportamientos cuando se trata de detener el lenguaje estigmatizante y de comprender, contener y valorar a todo ser humano que haya contraído ésta, o cualquier otra enfermedad.

Publicado por Valor Empresario

Consultora especializada en gestión humana y estrategia E-Mail: contacto@valorempresario.com

Deja un comentario